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En bicicleta por la ciudad: recorridos entre tertulias y calles

  • Andrea Orejarena Tamayo
  • 22 nov 2017
  • 4 Min. de lectura

“¿Acaso ellos llevan la vía?” Se preguntó el conductor. “¡Pues no!”, respondió eufórico mientras hundía el pie en el acelerador. Y arrancó, como dueño y amo de las calles, ignorando a los ciclistas que pasaban frente a su carro. Así empezó el viaje: uno tras otro, bajo el atardecer por las calles de Medellín, buscando expresiones de ciudad en cada muro. Destino: El Poblado.


Las ciudades hablan. Las aguas se secan, el aire se contamina, los árboles desaparecen poco a poco y cada vez hay más calles que, sobre sus muros, cargan diversas opiniones. Expresiones que van desde una firma, un mensaje de amor, el escudo de un equipo de fútbol o una expresión artística, hasta fuertes críticas políticas, sociales y religiosas.


Las paredes de las grandes urbes reflejan la variedad de su gente. En Medellín, por ejemplo, las personas viajan, entre ciudades y calles, y siempre van de afán. Algunos prefieren viajar en carro, a pie o en moto; otros, como las Bicitertulias, promueven el uso de la bici, no solo como un transporte sostenible, sino como una cultura para cambiar el pensar cotidiano.


Bicitertulias es un proyecto que nació de la crítica, de los sueños y de grandes aspiraciones de un grupo de jóvenes donde participaron Juan Sebastian López, egresado de Diseño Gráfico y Sebastian García, egresado de Diseño Industrial de la UPB. Este colectivo se reúne cada mes para viajar entre calles, discutir diferentes temas y rodar por lugares que para los demás ciudadanos son paisajes.


Con la protección necesaria y previendo cualquier inconveniente, las bicicletas rodaron y el plan se puso en marcha. Este grupo de hombres y mujeres de variadas edades se tomó las angostas ciclo rutas de la ciudad invadidas en muchos tramos, por peatones, y se adentró también en las grandes calles naufragadas por vehículos motorizados.


Las reglas eran claras: alguien sería la proa, otro la popa y entre ambos estaría la tripulación que se puso en marcha desde Laureles hasta le iglesia San Joaquín, donde se presentó el primer inconveniente con aquel señor desesperado. El norte era el mismo para todos: conocer el grafiti y la ciudad pintada.


“El grafiti, para que sea grafiti, tiene que ser ilegal y sin ningún condicionante previo. Es una expresión pura. Cuando empieza a tener una intención monetaria y de permisos deja de ser grafiti y empieza a llamarse de otras formas”, explicaba Fish, un grafitero que estuvo con Bicitertulia para exponer algunas de sus obras.


Los grafitis que acompañan las bodegas del Barrio Colombia, cerca al Centro Comercial Premium Plaza, fue la primera parada. El color y la crítica –en su mayoría política– avivaron aquel lugar gris y cotidiano que para muchos ciudadanos es desconocido pues, al desplazarse en motos y carros, se convierten en forasteros de sus propias calles. Las pinturas cobraron vida durante Pictopía, un festival independiente que se realiza cada cuatro años en Medellín.


Durante el trayecto, algunas personas fijaban su atención en la pequeña ola de ciclistas que circulaban frente a ellos. Algunos queriéndose unir al grupo para conocer su ciudad y otros, con la intención de conocer lo que pasaba frente a sus ojos. Así, entre miradas, el grupo llegó hasta Ciudad del Río. No para hablar del arte tras las paredes del Museo de Arte Moderno de Medellín (Mamm), sino para apreciar los dibujos de los muros como lienzos y para entender un poco la relación entre el arte y el grafiti.


¿Es o no el grafiti un arte?, para responder a la pregunta, Carlos Cano, docente de la Facultad de Diseño de Vestuario de la UPB y de la Facultad de Comunicaciones de la UdeA, quien fue el punto de vista académico del recorrido, explicaba que “existe una línea muy difusa entre lo que es el arte considerado desde las instituciones y lo que es la experiencia artística de intervenir un espacio a partir de algunos elementos gráficos. Arte o no, el grafiti es una expresión estética que implica la apropiación del espacio, por fuera de cualquier institución”.


Desde Ciudad del Río, como un pez entre un cardumen, el grupo se desplazó entre las calles hasta la glorieta de la avenida Las Vegas, bajo el puente de la calle 10, para subir hasta El Poblado. Simulando los capitanes de las embarcaciones siglos atrás al cumplir su objetivo anunciando la tierra en el horizonte, el colectivo desembarcó en su destino: Urbania Café, cerca al parque de El Poblado. Allí se llevó a cabo, como en los viejos tiempos, la tertulia, una conversación de un tema en particular entre risas y comida.


Después de unas horas, con varios minutos de pedaleo; después de escalar y descender algunas calles y tras conocer las expresiones de ciudad a través de sus muros, el grupo se dividió. Algunos compartieron caminos y otros continuaron solos, teniendo en cuenta que la bicicleta es la ruta que los une y los lleva siempre a reencontrarse el tercer jueves de cada mes. En cada encuentro desanclan sus ideas y abren las velas para volar y lograr así esparcir el pensamiento y generar consciencia del uso de la bici.


 
 
 

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